El género en disputa

Gender Trouble

Butler, Judith. (2007) El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad. Barcelona: Paidós.
Título original: Gender Trouble. Feminism and the Subversion of Identity (2009). Nueva York: Routledge.
Disponible aquí.

Gender Trouble de Judith Butler fue editado por primera vez en el año 1990, escrito con una pierna en la academia y otra en la militancia. Criticado por la dificultad de su estilo, trascendió los círculos académicos y se convirtió en poco tiempo en un libro indispensable para los estudios de género, al punto de ser considerada una de las obras fundantes de la teoría queer.

Butler escribe este texto con la intención de cuestionar las categorías y los conceptos usados con frecuencia en el marco feminista, criticar un supuesto heterosexual dominante, y destruir los intentos de elaborar discursos de verdad que deslegitimen prácticas de género y sexuales minoritarias. Para realizar esta tarea, emprende una lectura crítica de distintos feminismos (principalmente de la Écriture femenine), del psicoanálisis y del postestructuralismo francés, enfrentando a autoras como Simone de Beauvoir y Luce Irigaray y retomando a Lacán, Foucaulty Wittig, entre otros.

La autora cuestiona la idea, imperante en el pensamiento feminista, de la separación entre naturaleza (sexo) y cultura (género). Pone en juicio el pensar la naturaleza invariable de un sexo biológico, del cual el género sería una interpretación cultural, y sostiene que es mediante el propio accionar del género que el sexo se estable como algo prediscursivo, como algo anterior a la cultura sobre lo que esta actúa.

¿Qué es el género, entonces? ¿Es algo que se tiene, algo que se es? Contraria a cualquier tipo de pensamiento esencialista, y buscando superar el debate circular entre el libre albedrío (el cuerpo es un instrumento mediante el cual un agente puede crear su propio significante cultural y “hacer“ su género) y el determinismo (el género corresponde a un significante cultural que se cierne sobre un cuerpo pasivo en una relación mimética entre sexo-naturaleza y género-cultura), Butler esboza una primera aproximación a su teoría de la performatividad.

La identidad no puede ser pensada al margen de su determinación de género. El sistema de género es organizado a través de un régimen binario en el marco social de la heterosexualidad obligatoria – la matriz de inteligibilidad heterosexual opera a través de la producción y el establecimiento de identidades en cuyas bases se ubica el presupuesto de la estabilidad del sexo binario.
Es erróneo pensar en el género como una sustancia, ya que ella no es más que una apariencia producto de la reiteración de prácticas discursivas que ocultan y naturalizan sus efectos. Desde esta perspectiva, identidad y género son indisociables, ya que las reglas que gobiernan la inteligibilidad de las identidades se encuentran ordenadas desde la matriz que integra la jerarquía de género y la heterosexualidad obligatoria.
Para Butler, entonces, el género establece una identidad instituida mediante actos de repetición, en los cuales se articulan parcialmente sobre matrices de jerarquía de género y heterosexualidad obligatoria las normas que hacen inteligible el “yo”. Y es en esos mismos actos de repetición donde residiría la capacidad de acción, que es definida como estar “dentro de la posibilidad de cambiar esa repetición”, a través de actos corporales «subversivos».

Reflexiona la autora:

Así como las superficies corporales se representan como lo natural, estas superficies pueden convertirse en el sitio de una actuación disonante y desnaturalizada que descubre el carácter performativo de lo natural en sí. (…) Hay una risa subversiva en el efecto de pastiche de las prácticas paródicas, en lo que lo original, lo auténtico y lo real también están constituidos como efectos. La pérdida de las reglas de género multiplicaría diversas configuraciones de género, desestabilizaría la identidad sustantiva y privaría a las narraciones naturalizadoras de la heterosexualidad obligatoria de sus protagonistas esenciales: ‘mujer’ y ‘hombre’.[1]

Otra de las propuestas que plantea el texto es pensar si es realmente necesaria la construcción de un sujeto unificado para el feminismo, replanteando las construcciones ontológicas de la identidad y planeando una política de representación desde otras bases, exhortando a realizar una genealogía feminista de la categoría de las mujeres, que examine los procedimientos políticos que originan y esconden lo que conforma las condiciones del sujeto jurídico del feminismo.
Para Butler, el movimiento feminista enfrenta el problema de presuponer que el término “mujeres” indica una identidad común. La autora sostiene que “En lugar de un significante estable que reclama la aprobación de aquellas a quienes pretende describir, mujeres (…) se ha convertido en un término problemático, un lugar de refutación, un motivo de angustia” (Butler, 2007, p. 49). Un sujeto no es sólo “mujer”, el género no se constituye de manera coherente en diferentes contextos sociohistóricos y es inescindible de las intersecciones políticas y culturales en las que se produce. Estas posiciones esencialistas y globalizadoras, que insisten en la coherencia y la unidad de la categoría de las mujeres, han negado la multitud de intersecciones culturales, sociales y políticas en que se construye el conjunto concreto de “mujeres”. Butler no considera que la idea de “unidad” sea políticamente eficaz para el movimiento feminista y, en su lugar, propone plantear políticas de coalición que “no exige[n] ni una categoría ampliada de ‘mujeres’ ni una identidad internamente múltiple que  describa su complejidad de manera inmediata” (Butler, 2007, p. 70), espacios dónde no se pretenda anticipadamente conformar una unidad ni se prescriba cómo son los sujetos que podrán integrarlos – unidades provisionales en donde reine la riqueza de la diferencia y que se instauren (y se abandonen) identidades provisorias según los propósitos que se posean y los objetivos que se busquen.

Este texto fue claramente recibido con una multiplicidad de críticas y lecturas de diversa índole, algunas de las cuales son contestadas por la autora tanto en el segundo prefacio, escrito nueve años después de la publicación original, como en sus trabajos posteriores.
La idea de que la subversión de la identidad sólo puede ser posible en el seno de la práctica de la significación repetitiva, mediante los actos corporales subversivos, fue (es) una de las más discutidas, especialmente al haber propuesto el drag como ejemplo. Butler señaló al respecto que hay una lectura frecuente, errónea y utilitaria de El género en disputa:

La mala lectura (de El Género en disputa) dice algo así: Puedo levantarme a la mañana, revisar mi armario y decidir de qué género quiero ser hoy. Puedo tomar una prenda y cambiar mi género, estilizarlo (…) lo que quedaría es una mercantilización del género, entendiendo al género como una especie de acto de consumo.[2]

El género no es una esencia, pero tampoco es una acción radical ni un acto voluntarista. Se construye a través de un conjunto sostenido de actos, de una “repetición y un ritual que consigue su efecto a través de su naturalización en el contexto de un cuerpo” – una repetición de normas de género que son opresivas y dolorosas.

Butler se hace, nos hace, cientos de preguntas a lo largo de las argumentaciones que lleva a cabo en este texto. Algunas son respondidas y muchas otras, dejadas abiertas. La autora nos invita a pensar sobre los mecanismos que construyen las identidades (los géneros), la representación y la lucha política y el funcionamiento de esta “trampa” en la que todos estamos insertos.
El género en disputa cierra con la pregunta “¿Qué otras estrategias locales que comprometan lo ‘no natural’ podrían conducir a la desnaturalización del género como tal?”, una reflexión que, al día de hoy, sigue siendo tanto útil como necesaria.

[1] Butler, J. (2007). El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad. Barcelona: Paidós.

[2] Kotz, L. (1992) “The Body You Want: Liz Kotz interviews Judith Butler”. Artforum 31, #3, 82-89. Recuperado desde: http://www.mariabuszek.com/kcai/PoMoSeminar/Readings/KotzButler.pdf

3 comentarios

  1. -No me quedó muy claro el tema de la problemática entre naturaleza (sexo) y cultura (género), más que nada porque mencionas algo de ‘naturaleza invariable’ y me hace ruido porque en la realidad actual, la naturaleza es muy (potencialmente) variable. Lo cual obviamente sólo agrega a la problemática.

    -Hay algo entre los términos «mujer» y «femenino» que no sé si entiendo muy bien. Acá la amiga Judith problematiza que el término «mujer» no es lo suficientemente amplio (o algo así), pero yo creería que el término en discordia debería ser «femenino»? Parecería acá que son la misma cosa. Porque digamos, una por naturaleza (sexo) es mujer, y por cultura es de género femenino. Y si estamos hablando del feminismo, no del mujerismo (?), creería que la lucha simbólica está más en el qué es ser femenina, y en qué tan «obligatorio» es ser femenina para ser mujer.

    -Estoy muy feliz de que vuelvas a escribir =)

    1. Adri, es un placer leerte (:

      En cuanto a lo primero, Butler discute con la idea de lo discursivo (cultura) y lo prediscursivo (naturaleza). Habitualmente, en el debate sobre el sistema sexo-género se veía al sexo como algo previo a la cultura, como una característica natural fija sobre la que accionaba la cultura. Lo que sostiene la autora es que el sexo no es prediscursivo, es otro producto más del accionar del género, que con sus mecanismos y «tecnologías» (mezclando términos) oculta este acto de construcción.
      Butler nos dice que la idea que se tiene de «sexo» no es natural, es construida, y lo trae a cuento para la posterior discusión sobre el rol del cuerpo y la dicotomía circular entre libre albedrío y determinismo.

      Cuando problematiza sobre la «mujer», Butler está pensando en el uso que se le da en los movimientos feministas, sobre todo en discusión con la escritura femenina y las teóricas de la diferencia sexual, como categoría de identidad. Al sujeto femenino clásico se lo piensa de dos maneras: o como representante de una esencia, sinónimo de «la Mujer»; o como lo «Otro» que está en relación con lo masculino que logra el carácter de universalidad.
      Lo que hace Butler, como también lo hacen autoras como de Lauretis, es poner en tela de juicio la idea de «esencia femenina», presentándola como una construcción histórica que es necesario reelaborar. La mujer, en palabras de Rosi Braidotti, «deja de ser el modelo culturalmente dominante para la subjetividad femenina y se transforma, en cambio, en un topos identificable para el análisis: (…) una mascarada» (Braidotti, R. 2000. Sujetos nómades. p. 194. Buenos Aires: Paidós).
      En línea con la discusión de lo discursivo y prediscursivo, Butler llega a decir que, hasta cierto punto, siempre fue «todo género». Recordá que en el planteo de Butler, género e identidad son indisociables. Estamos todos insertos en esta matriz de inteligibilidad heterosexual que espera que exista una coherencia entre sexo, género y deseo (a un supuesto sexo le corresponde un género y un deseo específicos, la lógica binaria) y que hace que las normas, los significantes culturales, se hagan carne a través de los actos performativos, de la constante repetición.

      Igualmente, todo lo que tiene que ver con la corporalidad es algo que, efectivamente, hace ruido en Gender Trouble y Butler lo desarrollad con mayor profunidad en Cuerpos que importan, uno de sus textos posteriores.

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