La forma en que las vivencias LGBT/queer se representan en los medios audiovisuales tiene grandes efectos en las personas que están creciendo y que buscan por todos lados algo que se asemeje a lo que están sintiendo y viviendo. Relatos, retratos, voces disidentes, formas de saber que hay más personas como uno y que, de alguna manera u otra, se puede vivir la vida siendo lo más fiel posible a uno mismo.

La representación es crucial.

Actualmente, las redes sociales han facilitado muchísimo ese tipo de búsquedas. Para poner un ejemplo, sólo hace falta abrir Facebook y buscar grupos de personas LGBT o hacerse una cuenta en Tumblr para tener acceso a grandes cantidades de material o interactuar con personas en torno a “fandoms” relativamente inclusivos.
Durante mi infancia y mi preadolescencia, este anhelo se resolvía con escenas en programas de televisión como Buffy The Vampire Slayer o Will and Grace (mi primera experiencia con programas como Queer as Folk llegaría después), hablando con extraños en foros de internet o vía comentarios de blog, y googleando cosas como “música gay”.

Una conjunción perfecta entre esas tres variables llegó con Tegan and Sara. Después de escuchar una de sus canciones en Grey’s Anatomy, de investigar quiénes eran y de recibir recomendaciones de parte de algunas de mis amigas en líneas, encontré algo que me interpelaba de una manera más directa (pese a no ser una mujer lesbiana canadiense) que mucha de la música, tanto mainstream como alternativa, que venía escuchando.

Las descubrí en un momento justo. Fueron parte de una concentración de estímulos culturales que me hicieron saber que había algo más ahí para mí, que quizás realmente existía una suerte de “nosotros”. Pude sentir todo lo que transmitían en sus canciones de una manera en que nunca había podido hacerlo con artistas cishetero.

Después llegarían a mi vida Almodóvar, John Waters, Divine, la scene de los balls de Paris is Burning, el feminismo negro y trans, y todo lo que funcionó como catalizador de una manera más compleja que ellas, que me puso cara a cara, una y otra y otra vez, con mis prejuicios y los valores cisheteronormativos que me/nos fueron impuestos desde el día uno y de la propia comunidad de la que forman parte las hermanas Quin.
Pero sería un desagradecido si no reconociera que fueron unas de las primeras con las que sentí una suerte de complicidad.

Ayer, después de esperar por más de 10 años, tuve la oportunidad de finalmente verlas en vivo.
La espera en la fila fuera de Niceto Club se hizo más larga de lo esperado y entramos bastante ansiosos. Después de la compra de merchandising, de encontrarme con gente a la que no veía en mucho tiempo y de unos tragos más que necesarios con la banda Potras de fondo, empezó el que sería uno de los recitales que más disfruté en mi vida.

El setlist no me sorprendió – fue exactamente igual al que vienen haciendo a lo largo del tour, centrado en Heartthrob y Love You To Death, con algunos temas de sus trabajos anteriores.

So Jealous y The Con fueron una gran parte de la banda sonora de mi adolescencia. Si pienso en mis años de secundaria, puedo recordar con lujo de detalles las noches llorando debajo de las sábanas escuchando algunas de sus canciones. Por eso, y por muchas cosas más (anécdotas con amigos, escenas en programas de televisión, viajes a la facultad), no pude evitar que se me cayeran unas lágrimas cuando cantaron un poco de “Where Does The Good Go”, quizás su mejor canción, a capella.

Pero el verdadero llanto llegó cuando empezaron a sonar los primeros acordes de guitarra de “The Con”. Los diez años de espera y todos los recuerdos de esas noches en vela me golpearon de lleno el pecho y la emoción no me dejaba respirar. Ya no sabía si cantar, secarme las lágrimas o si simplemente tenía que concentrarme en respirar para no desmayarme.

Las hermanas Quin son un encanto. Tegan, una verdadera showwoman. Sara, tímida y encantadora. Pese al gran peso que le dieron al material de los últimos años y a una elección que no considero muy afortunada de las canciones de Sainthood, fue un show inolvidable.

Ayer no sólo vi a Tegan y Sara en vivo, saldando una deuda de una década – vi los mejores y peores momentos de mi historia reciente acompañados por su música. Y, mirando hacia atrás, estoy más que agradecido por lo vivido.

Tenés que apurarte. Ella terminó la carrera a los 22 y ahora está haciendo una maestría en el exterior.

¿Cuántas materias te faltan? Es un montón, M. Ponete las pilas.

¿Viste que escribió un artículo para esas jornadas? Comparte un blog súper interesante. 

Ese que está ahí ya entró al CONICET. Pensé que ya estaba recibido. 

Hace calor. Los ventiladores no funcionan y en el aula hay alrededor de 100 personas, irradiantes. Saliste corriendo, dejaste unas cinco o seis o siete cosas pendientes, sintiéndote culpable. El teléfono no para de vibrar, mensajes nuevos, correos nuevos.

¿Cuántas personas tenemos en esa base? Lo pide S.

¿Venís a la reunión de mañana 8:30? Es re importante.

Nos pidieron que los jdg hagan el seguimiento de este proyecto, y vos sos el mejor.

¿Sabés dónde está el chofer? La secretaria no me contesta.

No sé agendar cosas en el Calendar, ¿me ayudás? Soy tonta.

El profesor tiene un tono monótono, soporífero. Parece que desde que entró hace más calor. Explica que es una materia introductoria, que se ven cosas básicas, que dura las cuatro horas reloj, que hace veinte años que no se enferma ni falta. El sudor te corre por la espalda, por el pecho, cae de tu frente. No sabés si tenés hambre, sed, sueño o todo al mismo tiempo. Pensás en todo lo que tenés para hacer – los textos para leer, los análisis que terminar, las matrices, los diseños, los informes, los textos para leer, los bondis que tomar, los remises si se hace muy tarde y querés llegar entero. Revisás la billetera y recordás que no pasaste por el cajero. Veinte minutos menos de sueño asegurados.


Llegás tarde. El trabajo te retuvo más tiempo del esperado, sí, pero la realidad es que no tenías ganas de salir corriendo. Estás cansado de correr todo el tiempo. Hace más calor, cada vez más calor. Sentís asco de todo – del subte, de la calle, del aula, de la gente, de tu ropa que parece tener una mezcla de olor a perfume y galletita de agua.

Tu amiga está enojada, y con razón. El profesor acaba de decir que no da autoras porque se incorporaron tarde a la academia. Pretende dar una materia enfocada en la cultura y la semiótica sin autoras. Sin Irigaray, De Lauretis, Kristeva o Butler, las primeras que se te vienen a la mente entre tantísimas otras. Se le ocurre decir, sin ningún tipo de impunidad, que el que quiere leer autoras puede hacer estudios de género. Como si ya no hubieses hecho todas las materias, como si no creyeras que es indispensable para el año en que vivimos incorporar teóricas feministas en todas las materias.

Con cada minuto le tomás más odio, las ganas de irte crecen. El teléfono sigue sonando, como siempre. Te hacer acordar a aquella vez que vinieron a tu oficina a buscarte, corriendo, porque se había caído el techo en una parte del piso, como si a todas las funciones que ya desempeñás se pudieran sumar las de arquitecto y maestro mayor de obras. Sólo faltaría agregar reparación de calzado.

No, no, no. No te podés quejar. Sos joven y estás alto. Ganás bien, aunque metas entre 10 y 11 horas por día. ¡Y todavía no te recibiste! Sos el único estudiante en esas reuniones donde la gente saca los genitales para ver quién los tiene más largos. Y en tu mochila tenés tarjetas personales, como si alguien te las fuera a pedir en algún momento. Sabés que no merecés ese puesto, aunque hayas trabajado tanto.

Más ganas de salir corriendo. Pero hay que aguantar, hay que terminar, ya empezaste. Preferirías estar con alguno de esos tipos que te propusieron ir a hacer algo por ahí. O durmiendo. Irse y dormir es siempre la mejor opción, sobre todo cuando la hora no pasa.


Otra tarde de calor, no se puede respirar. Otro texto que no te suma nada, que no agrega nada a los que ya has aprehendido.

Ese profesor que odiás, que habla sin parar las cuatro horas y que toma lista al final de la clase, empieza a decir estupideces sobre el racismo. Te parece escuchar que dice que si no hay matanza, no es racismo. No, no te parece escucharlo, lo dice. Lo repite ante la mirada perpleja de estudiantes. Sabés que no es verdad lo que está diciendo, tenés las herramientas, los marcos teóricos para discutirle, pero preferís callarte. No tenés ganas de estar ahí, ahora menos que nunca.

¿Quién ama a los chilenos? Nadie.

Te quedás helado.

¿Perdona?

La gente lo mira y él sigue, quizás creyendo que está siendo pedagógico con su ejemplo. Es realmente un imbécil, porque insta a que el que ama a algún chileno se anime y se pare frente a la clase. La sangre te arde y no sabés qué decir. No podés creer que esto sea cierto, que estés perdiendo tu tiempo para trabajar o descansar en cosas así.

Tu amiga le dice que es chilena y él dice que sólo los chilenos aman a los chilenos. Sabés que quiere hacerse el radical y ejemplificar una teoría basicona sobre la identidad con esto, pero no podés evitar sentir que es un imbécil. Tu amiga llora y vos te odiás por no haberte parado.

Siento que si me voy, gana y que si me quedo, gana también, porque estoy sufriendo.

Ya no tenés ganas, definitivamente no vale la pena.

Te sentís culpable.
Es una materia más, no adelantás nada. Es una materia adentro, quizás llegues a recibirte el primer cuatrimestre del año que viene.
Me tengo que poner a mí primero, nada ni nadie merece que me tenga que exponer a sentirme así. Nunca vas a terminar la carrera si sólo hacés las cosas que te gustan. Al final es verdad, una persona así no merece el lugar que ocupás. Ya sabés lo que va a decir tu jefa, la que te defiende cuando dicen algo sobre tu edad o tu falta de experiencia. 

No te expongas a situaciones de las que desees huir.

Hasta luego, Maricarmen. Prefiero fracasar que sufrir.

Refresca, se puede respirar.