Nace una estrella
Nace una estrella

El jueves pasado se estrenó en Argentina Nace una estrella, remake del clásico del cine interpretado por actrices como Judy Garland o Barbra Streisand. 

Más allá de las buenas interpretaciones por parte de Bradley Cooper (quien también debuta como director) y una Gaga mesurada, no es posible disfrutar de la película sin que suenen varias alarmas. 

A continuación, con muchos spoilers, algunos de los problemas más grandes que encontramos con esta versión de A Star Is Born:

Consentimiento, violencia y agencia. 

No aceptar un no como respuesta. Perseguir a la chica hasta su casa. Ignorar sus repetidas negativas. Obligar a un empleado a que acampe en la puerta de su casa hasta que salga para llevarla a la otra punta del país para ver un show, aún sabiendo que va a tener que renunciar a su trabajo para darle el gusto. Una propuesta de matrimonio repentina y coercitiva para evitar una ruptura. 

Sobran momentos en Nace una estrella en los que uno piensa «Esto no está bien». Basta de romantizar la violencia, basta de ignorar el consentimiento. No importa cómo lo disfracen, no es amor. 

¿Y qué es lo que hace la cantante para devenir en estrella? Nada. 
Se la muestra como una esencia, algo que tiene un potencial para ser, para transformarse, y que sólo necesita de un otro, un hombre, que sepa cómo hacerlo. Primero, obligándola a actuar frente a miles de personas sin avisarle, haciéndola renunciar a sus obligaciones, llevándola de gira por el país como número en un tour trillado y cuesta abajo. Luego, moldeándola en algo atractivo para las masas, enseñándole a bailar. 

Mientras que de los personajes masculinos sabemos prácticamente todo, de Ally no sabemos nada, excepto que intentó ser cantante y que su aspecto se lo impidió. Hasta que un hombre llegó y eligió verla como hermosa (y se lo recriminó cuando no le convenía). 

La capacidad de agencia de Ally es nula en casi todos los momentos de la película – desde el aceptar un trago hasta decidir el rumbo de su carrera discográfica. Siempre está la figura de un hombre detrás que decide y una Ally que termina cediendo. 

Y esto no está expuesto en la película como un problema, jamás es criticado, no se invita a la discusión. Se lo disfraza de diferentes maneras – de timidez, de conquista, de marketing. 

El concepto de «autenticidad» 

No es noticia la contraposición entre el arte «auténtico» y el mundo prefabricado de la música pop, de las discográficas creando y destruyendo estrellas según su conveniencia y los tejes del mercado. 

Tampoco es novedad mostrar que lo «real», sufrido y realmente merecedor de prestigio esté relacionado con el mundo de lo masculino, mientras que el artificio necesita de una vasija femenina para existir. 

La transformación de Ally es notoria en la película – de una cantante/compositora mal arreglada que escribe canciones de una supuesta profundidad a una performer con pelos de colores y coreografías elaboradas que canta sobre culos en televisión nacional. 

Esto se refleja al interior de la relación. El maltrato de la vieja estrella de country-rock, también. Incluso hasta llegar al punto de llamarla «fea» por la imagen que está mostrando. 

Y lo peor es la ambigüedad del personaje de Ally con su estrellato. Hay pocos posicionamientos al respecto, algunos a favor, otros en contra. Pero, como en casi toda la cinta, seguimos sin saber qué la motiva, qué quiere, quién es. 

Estamos frente a una discusión vieja, trillada y errónea. Razones y exponentes sobran para demostrar que el pop está a la altura de cualquier otro género musical.

¿Por qué seguir perpetuando la idea de que una mujer es más o menos seria o auténtica por usar maquillaje o hablar libremente de su sexualidad? ¿Acaso es necesario ser un borracho de pelo sucio para poder «decir algo»? 

¿Era necesaria? 

Después de este somero análisis, sólo queda preguntarse por la necesidad de esta remake. 

¿Cuál es el atractivo de esta historia, que sigue desempolvándose cada 20 o 30 años? ¿Siguen siendo iguales las dinámicas de poder en la industria de Hollywood y de la música? Entendida como la sumisión femenina ante la figura del mentor, o del empresario que sabe cómo explotar su talento y hacerlo «comestible». 

¿O es simplemente el atractivo de una historia universal? Romances tóxicos, relaciones nocivas donde el no se interpreta como una llamada al juego seductor, donde lo que importa es la persecución. Finales trágicos e inevitables, la mística de la debacle. Justamente, las tragedias venden, sobre todo disfrazadas de amores idílicos. 

No se pudo romper el ciclo. Una pena, especialmente corriendo los tiempos que corren, y con una referente (que hasta podría llamarse política) como Germanotta. 

Nace una estrella no es más que una oportunidad desaprovechada que sólo nos deja algo positivo – una BSO decente para palear la espera del próximo álbum de la cantante devenida en actriz.