Ayer me di el gusto de ir a ver el musical de Esperanza mía, la tira de Pol-ka protagonizada por Lali Espósito y Mariano Martinez que cuenta la historia de una chica que busca refugio en un convento, se hace pasar por monja y termina enamorada del cura.

Ya sé lo que muchos piensan, algo así como «Nan, ¿qué hacés yendo a ver eso? Esperanza mía es costumbrista, clerical, patriarcal, gorila, grasa, estúpida». ¿Y? ¿Cuál es el problema? Estamos hablando de una novela en la que hay monjas haciendo números musicales con bases de electropop, con el vestuario colorido típico de la mayoría de las tiras de la productora de Suar (porque los pobres tienen que vestirse con muchos colores, por supuesto). Esto es una comedia blanca, es pop, es lo más cerca del camp que puede llegar a estar el prime-time argentino. Y eso está bueno.

Lo profesan y lo gritan en voz alta desde hace años personalidades como John Waters o Alaska, que vivan las contradicciones. Porque podemos ser putos y que nos guste ver la típica comedia de monjas traviesas. Que no es Entre Tinieblas, pero tiene a Rita Cortese y a Karina K haciendo de las suyas. Y sí, huele mucho a Sister Act (junto a mil clichés más), pero yo nunca pude ver ese musical, así que me conformo con lo que tengo.

En fin, habiendo hecho una suerte de defensa que nadie me pidió, paso a la experiencia del musical.
Esperanza mía es un fenómeno masivo, de eso no hay dudas. Nos fue imposible conseguir entradas decentes. Con un mes de anticipación, nos tuvimos que conformar con una ubicación en la fila 19 del sector Superpullman que, si bien nos dejaba ver la totalidad del escenario, hacía un poco dificultosa la tarea de poder reconocer los rostros de los actores.

Qué chiquites.

Qué chiquites.

La trama es sencilla  – un rejunte de las líneas argumentales principales de la novela (la relación de Esperanza con el padre Tomás, los conflictos internos en el convento, la maternidad de la hermana Clara, etc) más un concurso para ir a cantar al Vaticano. Todo diluido y bajado (incluso más) al nivel de un público infantil, que copaba el teatro.
Jamás vi a tantas chicas con un velo de monja, cantando canciones que suenan a misa remixada, sin terminar de entender bien qué es lo que está pasando y pidiendo a los gritos que el padre y la monja se amen. A ser verdad, eso fue lo único que me preocupaba, que los medios masivos de comunicación estuviesen lavándole la cabeza a las jóvenes generaciones, inculcándoles que deben ser castas y puras y respetuosas de las buenas costumbres. ¿Pero qué buenas costumbres representa un personaje como el de Julia/Esperanza? Creo que es una lectura un tanto simplista de las cosas, aunque tampoco puedo decir que Esperanza Mía representa un acto subversivo (pero, ¿qué constituye realmente un acto de subversión actualmente?).

En cuanto a los números musicales, que siguieron un riguroso playback, fueron entretenidos, expandiendo la banda sonora de la tira con canciones para otros personajes, como los de Gabriela Toscano o Natalie Pérez. Lali, como center (?), se lució en todo momento. No sé qué es lo que tiene esa chica, muchos dicen que tiene «ángel», pero me resulta muy simpática. Destaco también la actuación de Leticia Siciliani (otra de las actrices abiertamente lesbiana del elenco) en el papel de Sor Nieves y de Laura Cymer como Sor Diana, las compañeras de cuarto y travesuras de Esperanza.

Y sobre Mariano Martínez… bueno, las imágines valen más que mil palabras.

Domingo y todo se entrena 💪💪💪 😝😝😝😝

Una foto publicada por Mariano (@marianom78) el

En resumen, Esperanza mía: El Musical me dio todo lo que esperaba: un espectáculo para la familia en el cual pude regodearme en mi crapulencia camp y pasar algo de tiempo con mi prima, la única que se prendió y quiso venir a ver el espectáculo conmigo. Lo he gozado.

Gloria

Gloria